La fuerza de voluntad ha desaparecido de la colección de atributos que adornan mi personalidad. Me siento frente al maldito apunte tantas veces levantado en vilo por un buen golpe dado en la mesa, y lo miro. Mis ojos se han olvidado del movimiento necesario para seguir la sucesión de letras y espacios que seguramente tiene algún tipo de sentido. Miro el vacío que me transmite este maldito apunte. Vamos Ana, tú puedes... La navegación es mbgjhgdsfcsdahvjbw. ¿Qué? Una vez más... ...vegación es una actividad del homjhkyfkdfsjk. Mierda.
Es imposible concentrarse sin una determinación personal lo suficientemente fuerte como para obviar los constantes recordatorios de que estamos en enero y que debería estar en una pileta, flotando mientras un vaso de fernet transpira en el borde de la misma. Y, lamentablemente, esa determinación es inexistente en estos días.
Así es que mientras observo la hoja que intenta desesperadamente ser leída, mi mente vagabundea por cualquier cuestión remotamente interesante que pueda encontrar.
Y la computadora, con su puerta al mundo de la distracción llamada internet, ha generado una especie de atracción magnética con mi cuerpo, que empecinado en obtener por algún método milagroso esa tan añorada determinación, se mantiene clavado en esa silla, luchando con la fuerza que irremediablemente lo atraerá hacia la pc, abriendo las puertas del boludeo con inusitada belleza.
Entonces comienza la catarata de palabras vulgares que emanan de mi boca, es la conciencia que ha tomado posesión de mis cuerdas vocales sólo para conseguir generar culpa. Pero con la culpa, igual se puede boludear. Y no es un buen momento para estudiar. Y me duele la cabeza. Y hace un calor de locos. Y bueh... acá estoy, ante mi magneto propio, lejos del vil apunte que habla de los mares que no puedo ver porque estoy, precisamente estudiando. O algo así.
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