Ella tiene los ojos muy abiertos y los labios apretados sobre cada palabra que se escapa. Él no la mira a los ojos, buscando lugares donde esconderse de sus acusaciones y reproches. Ella mueve las manos cuando habla, buscando en el aire los conceptos que no puede expresar. Él se ríe a veces y mueve la cabeza en un no eterno, que ella ignora.
Están sentados en un bar, con dos cafés entre ellos. Uno amargo, el otro muy dulce. Ella quiere irse pronto, porque sabe que no importa qué diga cada uno, que las cartas se echaron y que no hay vuelta atrás. Él también se quiere ir, odia las confrontaciones y prefiere que el tiempo arregle las cosas que se pueden arreglar o rompa aquellas que no tienen futuro.
Ella cree en la palabra. Él cree en los silencios.
Ella se queda callada mirando alrededor, quiere irse, no hay nada que salvar. Él le dice palabras bañadas en su café dulzón pero ella sabe que son cáscaras vacías, rellenas de aire y cubiertas de miel. Le toma la mano y le dice algo sobre las apariencias y la realidad y su distancia. Ella sonríe con pena en los ojos, le dice algunas cosas sobre los tiempos de cada uno, sobre las diferentes épocas y las distintas prioridades. La besa en los labios y murmura entredientes. Ella le dice que sí. Que lo quiere. Pero que no. Que no hay futuro.
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