No tengo ganas. Pero debo. Entonces me miento, me engaño y organizo. Necesito un plan que me obligue a cumplirlo. Falta poco camino y tengo que juntar fuerzas para caminarlo, y sin embargo, a cada paso me freno. Dudas. Miedos. Y la consabida inseguridad.
Necesito pensar en esto, sin pensar en esto. Necesito avanzar con una estrategia que me nuble el pensamiento y no me recuerde que se acaba el camino despues de esta curva. Porque es lo que deseé tanto tiempo, y ahora que llega, me achico. Surgen estos deseos encontrados, el seguir adelante y terminar por fin, y el no abandonar la ruta segura.
Los atletas generalmente guardan energía, y al final de la carrera hacen un sprint. Necesito esa estrategia en este momento de mi vida, y lo único que consigo es pensar y pensar. Necesito correr con toda mi fuerza y chocarme contra la cinta que marca el final.
La gente que quiero y la gente que me quiere, no pueden entender este instinto de frenar que me corre por la sangre justo en la última curva, en el último obstáculo. Ellos me quieren ver triunfar, cortar esa cinta con mi cuerpo y festejar el final de la carrera. Quieren que yo sea feliz. Y juro que lo soy. Sé que cuando se acabe el camino, empieza otro. Y ese es el camino que elegí como propio, el camino que me hace sentir viva. Y me hace feliz. Pero ello no quita este miedo que me paraliza.
Por eso tengo estrategias. Las estrategias me habilitan a fintear los obstáculos sin perder el punto de referencia, pero pensando en cada una de las vallas del camino. Son seis las vallas hoy. Tengo que saltarlas de a una por vez, pero anticipándome a la próxima. Seis vallas y se acaba.
Y sin embargo, cada vez que empiezo a agarrar impulso para saltar el primer obstáculo, se me viene a la cabeza la imagen del final. Debo dejar de imaginar. Y empezar a correr. Rápido. Rápido.
2 comentarios:
Un maravilloso relato sobre el miedo... ya sea a ganar ó a perder.
Exactamente lo que quise expresar.
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